"POLVO SERÉ, MAS POLVO ENAMORADO" (Palabras de despedida de la promoción 2009-2010. 20 de mayo de 2010)

Resulta muy difícil, en esta tarde, poder deciros unas palabras. En todos nosotros se agolpan a un tiempo los recuerdos y los sentimientos que los acompañan. Es una tarde para recordar y gozar… Gozar por lo pasado pero, sobre todo, gozar por lo logrado.

Pero el auténtico sentimiento – y el gozo lo es- es el que va de la mano de la razón. Esa razón que no es fría, como la razón cartesiana o ilustrada sino cálida como la agustiniana o pascaliana. La razón es cálida cuando hace ver y lo que vemos nos abre a horizontes inmensos de sueños, de aventuras y de plenitud.

Por eso, permitidme que os hable esta tarde desde el corazón, pero desde ese corazón que siente al unísono de la razón. Por eso, dejadme que os hable, por última vez, desde la razón.

Decía Ortega, en un escrito que os recomiendo -“Misión de la Universidad”-, que nuestra época ha caído en la barbarie del especialismo. Desde que iniciamos nuestra andadura escolar parece que todo va dirigido a hacernos especialistas. La única pregunta que nos guía es ¿para qué? y cuando, raras veces, nos preguntamos ¿por qué? lo hacemos de forma eufemística ya que seguimos preguntando del mismo modo. Así, cuando, por ejemplo, decís: “¿por qué tengo que estudiar Filosofía?”; en el fondo, la pregunta es otra: ¿para qué tengo que estudiar Filosofía si no me sirve para nada?

El paraqué no es trivial manifiesta una interpretación de la realidad, de la verdad y, sobre todo de la vida… Sólo atiende a aquello que le pueda reportar un beneficio. ¿Y lo demás? Lo demás, es como si no existiera. Y si no queda más remedio que reconocerlo, lo desprecia como aquel hombre del Principito que insistía diciendo: “¡No tengo tiempo! ¡Soy un hombre muy ocupado!”.

Este agnosticismo de la vida en que estamos sumidos tiene sus orígenes en la famosa división entre “ciencias“ y “letras” que según Steiner –en su libro Presencias reales- se remonta a la Ilustración inglesa y fue culminado con la creación de la Enciclopedia por los ilustrados franceses.

Así, desde entonces, es fácil oír aquellas versiones del asunto: “El que vale, vale y el que no a letras” o “¿Cuál es la diferencia entre uno de ciencias y uno de letras? Que algunos de ciencias pueden llegar a ser genios pero los de letras somos geniales”.

Unos y otros vivimos en el drama del agnosticismo de la vida que proviene del drama de la fragmentación del saber, de reducir la “cultura” a un conjunto de saberes que se miden por la utilidad colectiva o individual.

Los griegos y sus herederos medievales no pensaban así, tampoco algunos renacentistas como Erasmo de Rotterdam y su amigo Tomás Moro, ni otros modernos como Leibniz o Kant. Para ellos, cultura era –como dice Ortega-: “lo que salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia, sinsentido o radical envilecimiento”.

He ahí la cuestión fundamental, la cuestión del sentido. La cuestión del sentido de mi vida, la cuestión del sentido de la realidad. Por ello, la pregunta no puede ser, en primer término ¿para qué? si no ¿por qué? Sólo quien tiene un porqué puede determinar con seriedad los paraqués.

Nos hace falta volver a asumir el auténtico sentido de cultura. Debéis buscar vuestro porqué; si no, os dedicaréis a acumular títulos, quizás lleguéis a tener algún cargo de responsabilidad, algunos viviréis bien, acumularéis posesiones e incluso dinero, os daréis la gran vida o quizás tengáis serias dificultades. Al final, si no tenéis un porqué, ¿qué les dejaréis a vuestros hijos? ¿Una casa?, ¿deudas?, … Agnosticismo de la vida, será vuestra herencia. Agnosticismo que, aunque lo edulcoréis, tendrá el agrio sabor del pesimismo, de la futilidad, del sinsentido, de la nada.

Pero no estamos para pesimismos. Tenéis una vida por delante. Una vida que es un regalo muy especial que podéis hacerla crecer o dilapidarla. Decía Leon Bloy que en esta vida sólo caben dos posibilidades o ser un santo o ser un cerdo. Sé que lograréis lo primero porque no dudo que siempre tendréis un porqué y éste dará luz y os hará descubrir los cómos.

Eso es lo que me gustaría dejaros como regalo de graduación. Me da igual que no os acordéis ni de mi nombre, ni de mi cara con tal de que os acordéis siempre y en todo lugar del dicho de Sócrates: “Una vida sin examen (sin sentido) no merece ser vivida”. Buscad vuestro porqué y el paraqué os vendrá dado por añadidura. Avanti!

Pero ahora, al final de mis palabras, me asalta el geniecillo maligno de Descartes y me insinúa: “¿Para qué tanto porqué si al final todos terminaremos criando malvas?”. Y el escéptico Hume le ayuda: “Dejémonos de filosofías y dediquémonos a estar con los amigos, a pasar el rato y a jugar a las cartas”. ¿Qué les digo? ¿Qué os digo?

Aunque fuera cierto que “al final todos calvos” apostillo a ambos, con palabras de Quevedo: “Polvo seré, mas polvo enamorado”.


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